quarta-feira, 4 de julho de 2012

El Churrinche


El indio - nuestro bisabuelo - era silencioso, áspero y heroico. Amaba su tierra como ama el espinillo que hunde en su seno la amorosa raíz y por eso la denfendío del intruso extranjero, con las bolas de piedra mora, con las flechas de urunday, con las lanzas de madera curada.
En su defensa se hizo centauro. No durmío. Cruzó ríos a nado. Sintío el morder del acero y la insiada del fuego traidor.
Pero no cedía.
Su bello cuerpo de bronce jalonó las cuchillas desde el Río como mar hasta el Cuareim y el Ibirá Poitá y no cayó una vez sino de frente y como un héroe.
Se metió en los bosques.
Ganó las sierras.
Sólo retrociedendo ante la furza terrible y ciega, combatió al ibero cruel y lucho contra el mestizo descastado y sin entrañas.
Su número mermó, con su coraje.
¡Los que restaban seguían encendiendo fogatas en los cerros y lanzando gritos de guerra!
Manos mercenarias asesinaron a los último, que no se rindieron.
Fué un rincón de río indígena, de monte espinoso y crudo.
La soldadesca le daba caza como fieras.
Fusilados, heridos, desangrados, se acababan...
Algunos atinaron a hundirse en el río padre que los recibío amoroso.
El último, un cacique joven, fuerte y esbelto, que no pudo arrastrarse hasta el agua salvadora y no quería caer vivo en manos de los intrusos, se alargó la herida que le abría el pecho y sacó su corazón arisco, rojo y libre, que volvió un churrinche de los bosques nativos.
Y ahí anda ese pajarito de fuego.
Agil. Solo Silencioso.
No canta.
Quizá por llorar.
Y como las sensitivas que cierran sus corolas al menor contacto extraño, él se muere si lo meten en una jaula.
Vuela rápido. Como una bola arrojadiza que llevara el haz de paja encendido, el fuego santo que florecía el incendio en la casa del intruso.
Se detiene en un árbol criollo y se dijera que lo florece.
Pero es un relámpago.
Ya se pierde en la espesura maternal ese corazón de charrúa con alas.

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